Junto con efectuar un diagnóstico actualizado sobre la pobreza y la desigualdad en Perú que contribuya a optimizar la gestión y focalización de las políticas sociales, la presente investigación tiene como propósito fundamental mostrar las relaciones existentes entre la pobreza, la desigualdad en la distribución del ingreso y la educación, en el marco de un análisis econométrico de la información recogida en la Encuesta Nacional de Hogares del IV trimestre de 1996. Para esto se ha modelado el impacto de la educación sobre la probabilidad de ser pobre, y la proporción de la varianza de los ingresos del trabajo que la educación logra explicar. Consciente de que dichas relaciones se dan en especial a través del mercado laboral también se calcularon las tasas de retorno educacionales. De esta manera se estimó que a fines de 1996 de 24,3 millones de habitantes, el 40,3% era pobre, mientras que la población que presentaba al menos una de las carencias consideradas (vivienda improvisada, hacinamiento, sin alumbrado, agua, alcantarillado o equipamiento mínimo) superó el 77,5%. El 37% de los peruanos eran pobres crónicos, sólo el 19,2% de la población estaba integrada socialmente, la proporción con carencias inerciales fue de 40,5% y la fracción que se hallaba en una situación de pobreza reciente ascendió a 3,3%. Asimismo, se verificó que existe una gran diversidad de supuestos (metodológicos, teóricos y éticos) implícitos en las distintas formas de cuantificar y caracterizar la pobreza y la desigualdad. Ello hace que ningún indicador sea autosuficiente para dar cuenta de la multidimensionalidad y complejidad del fenómeno, por lo que una visión certera y comprensiva que sirva de diagnóstico para el diseño de cualquier política pública social debe emplear eficientemente todas las medidas al alcance. Adicionalmente, las enormes variaciones que sufren dichos indicadores entre las regiones revela la necesidad imperiosa de considerar, en el diseño e implementación de cualquier política pública social, la enorme heterogeneidad espacial y sectorial de la realidad peruana. Por otro lado, se comprobó que: (i) la educación reduce la probabilidad de ser pobre pero no tanto como lo hace la tasa de dependencia que pareciera ser el factor más importante; (ii) la educación daría cuenta del 8,3% de la desigualdad total de los ingresos por trabajo (cifra no menor considerando que equivale al 42,5% de la desigualdad efectivamente explicada por los modelos de capital humano); y (iii) el mercado laboral remuneraría las destrezas básicas (educación primaria) y por aprender un oficio (educación superior técnica) o una profesión (educación universitaria), pero no por tener educación secundaria. Por último, es posible concluir que la educación es importante (aunque aparentemente no tanto como se cree) no sólo para reducir la pobreza, sino también la desigualdad. En este sentido, la inversión en capital humano es quizás el único instrumento de política que no está sujeto al tradicional trade off entre eficiencia y equidad. Por lo tanto, el esfuerzo del gobierno y de la sociedad en su conjunto en este tema es crucial para que el país alcance una senda de desarrollo sustentable que permita una mejor calidad de vida para todos.